Torre de Comares: la jaima de piedra
La impresionante Torre de Comares se eleva 45 metros de altura en el perímetro norte de la fortaleza palatina, frente al Albaicín. Su autoría se atribuye a Yūsuf I, edificada sobre otra de menor tamaño obra de Ismāʿīl I. La etimología de «Comares» procede en parte del vocablo árabe «arsh» que, como muchas palabras árabes, tiene varios significados: «pabellón» o «tienda de campaña» y «trono», término elegido con la intención de enfatizar que equivalía a una excepcional jaima que acogía a un excelso personaje.
Es difícil imaginar la riqueza ornamental que esconde esta torre si se observa solo su exterior, pues externamente ofrece un aspecto austero como un elemento defensivo más de la muralla. En su interior, el Salón del Trono, conocido también como Sala de los Embajadores o de Comares, tiene una altura de poco más de 18 metros y sus lados miden más de once. Es el mayor espacio palatino y uno de los más destacados de la ciudad, por albergar toda una síntesis de conceptos constructivos, estéticos y simbólicos de la cultura islámica.
En esta qubba, poder terrenal y sentido religioso están omnipresentes, como manifiesta la variada decoración epigráfica presente en sus muros. Especial atención merece la inscripción que se encuentra sobre el arrocabe de madera bajo el techo, con la Sura 67 del Corán llamada “del Reino” o “del Señorío”: “Bendito sea Aquél en cuya mano está el dominio”. Así comienza la primera aleya en el norte de la torre, dando sentido y significado a la excepcional techumbre que cubre la estancia, obra maestra de la carpintería hispanomusulmana realizada con la técnica ataujerada, o de “difícil engarce”, técnica que fue heredada por los maestros mudéjares. Esta techumbre está ejecutada en una serie de tableros acoplados unos sobres otros, sobre los que se clavaron las 8017 piezas que componen el diseño geométrico, en sucesivas ruedas de estrellas, que representan a los siete cielos que el creyente musulmán tras su muerte atraviesa hasta alcanzar el octavo, el Paraíso, y que aquí aparece representado por el cupulín central.
La Torre de Comares está orientada a los cuatro puntos cardinales para subrayar aún más su simbolismo. Sus tres gruesos muros exteriores albergan en el piso principal tres pequeñas alcobas por lienzo, iguales entre sí, salvo la situada en eje frente a la entrada que presenta un ornato más cuidado, pues en su interior se ubicaba el sultán. Posiblemente, la situación a contraluz del sultán ejercía un efecto de deslumbramiento a quienes recibía en audiencia lo que provocaba un enaltecimiento de su figura. Los Reyes Católicos y el propio emperador Carlos V no debieron ignorar el profundo simbolismo del salón por cuanto, mientras permanecían en la Alhambra, el pendón real era enarbolado en la azotea esta torre.
La decoración mural, en su parte inferior presenta zócalos alicatados con combinaciones geométricas, y en los alzados, diversos paneles de yesería a modo de tapices, distribuidos en bandas verticales y horizontales con atauriques y diversas epigrafías. Hoy podemos apreciar el contraste entre el colorido de los alicatados respecto a los tonos suaves de las yeserías y de los elementos de madera, más diluidos por el paso del tiempo. Posiblemente los cierres de las ventanas tendrían pequeños cristales, también con encendidos colores.
En el suelo podremos apreciar algunos restos de la solería original, que seguramente debieron cubrirse con grandes alfombras aportando calidez a la estancia con ocasión de las ceremonias que tenían lugar en el Salón del Trono.
Las grandes dimensiones de la torre siempre causó problemas de estabilidad, razón por la que ha tenido varias intervenciones arquitectónicas. La última importante fue llevada a cabo por Leopoldo Torres Balbás entre 1931 y 1932.