Las almunias de la Alhambra
Las almunias (del árabe munya) medievales islámicas eran fincas rurales ubicadas en el entorno de las ciudades destinadas principalmente a la explotación agropecuaria, aunque también eran utilizadas para el solaz y recreo. Muchas eran de propiedad real, aunque también las élites urbanas accedieron a este tipo de predios.
Por los autores medievales, como el agrónomo almeriense Ibn Luyūn, pero también por los restos conservados e incluso la continuidad hasta la actualidad de algunas de ellas, sabemos cómo eran estas fincas, al menos las más importantes: lo extensas que eran, su gran rentabilidad, la cantidad de gente y animales que vivían, la diversidad de instalaciones, construcciones y los diferentes medios de producción que allí se ubicaban.
La parte residencial, con arquitectura semejante a los palacios urbanos, se situaba en la zona más elevada, orientada al mediodía. Debía acompañarse en su proximidad de una zona ajardinada, con alberca o acequia, donde los vegetales fueran florales y árboles de hoja perenne. Paseos, viñas y arboledas separaban esta zona de la parte productiva, que en una situación más baja se poblaba de cultivos y frutales. Se citan otros elementos que se distribuyen por la finca, como casas de huéspedes, pabellones con rosales y arrayanes, torres, palomares, establos, aperos, etc. La complejidad y enormes dimensiones de algunas de ellas quedan señaladas en la existencia en su interior de distintos palacios, baños, castillos, molinos, mezquitas, grandes albercones navegables, etc.
Las almunias en la Granada nazarí
En la Granada nazarí, como en cualquier gran capital andalusí, abundaron las almunias. En general las fuentes árabes nos relatan la imagen de una ciudad rodeada por un cinturón verde. Diversos viajeros medievales nos dejaron testimonios de los numerosos huertos y jardines, pero la descripción más precisa es la aportada en el siglo XIV por el granadino Ibn al-Jaṭīb. Así sabemos de las almunias, jardines, huertas, viñas y casas de recreo del norte de la Vega, del paraje de Aynadamar, del valle del Darro e incluso en el interior de la ciudad. Algunas eran llamadas Karm, literalmente viñas, de donde procede la palabra carmen, siendo en parte el origen de este tipo de propiedad.
Serían aquellas fincas de propiedad real las más señaladas y sobresalientes y de las que tenemos más testimonios. Al menos treinta existían en la vega, constituyendo la principal fuente de ingresos del patrimonio privado del sultán. Podemos destacar por la conservación de sus magníficas arquitecturas el Alcázar Genil, inmediato a la ciudad, o el Cuarto Real de Santo Domingo, en el llamado arrabal de los Alfareros. Pero posiblemente el mejor ejemplo es el Generalife de la Alhambra (Yannat al-῾Arīf, Jardín del Alarife), dado que además ha conservado con pocos cambios su organización productiva, con la acequia y las tierras de cultivo.
Las almunias en la Alhambra nazarí
En el caso del Generalife, el elemento articulador, tanto de la parte residencial como de la agraria, fue la Acequia Real de la Alhambra, con sus diferentes ramales, ampliaciones e ingenios hidráulicos. La acequia fue proyectada para, antes de surtir a la ciudadela, abastecer unas huertas construidas con grandes terrazas, que hoy conocemos como Colorada, Grande, Fuentepeña y Mercería. Es decir, en el diseño original de la Alhambra, que incluye la mencionada acequia, se proyectó en el siglo XIII la construcción de la almunia, lo que señala la importancia fundamental que tuvo la finca desde su origen.
Pero en las proximidades de la Alhambra, en las elevaciones del cerro del Sol y en sus laderas, existieron otras fincas que fueron arruinadas y de las que se conservan como restos arqueológicos parte de sus instalaciones. Y es que algunas de las almunias reales fueron extremadamente dependientes de costosas inversiones hidráulicas realizadas en momentos álgidos del siglo XIV, lo que hizo difícil su mantenimiento y sostenibilidad cuando las circunstancias históricas fueron menos propicias ya a partir de la siguiente centuria.
Permanecen las ruinas de Dār al-‘Arūsa, la llamada Casa de la Desposada, que domina la Alhambra y el valle del río Darro desde su privilegiada situación sobre el cerro de Santa Elena. Su parte residencial contaba con varios patios, una noria, unos baños y estancias decoradas con yeserías y alicatados. La finca fue cantada por el poeta Ibn Zamrak en un poema dedicado a Muḥammad V.
Al-Dišār, Los Alijares, fue otra finca en la que destacaba, según Ibn ‘Āṣim e Ibn Zamrak, su fastuosa arquitectura cupulada, aunque lamentablemente sus restos se encuentran muy mermados en el interior del actual cementerio de San José, reducidos a una alberca.
Ambas almunias fueron erigidas por el soberano Muḥammad V en la segunda mitad del siglo XIV según un programa de ocupación y explotación del territorio para el que fue necesario desarrollar un nuevo circuito hidráulico independiente al de la Acequia Real. La nueva acequia, conocida en época moderna como de Los Arquillos debido a la existencia de un acueducto en el extremo oeste del cerro del Sol, trasladaba el agua desde su captación en el río Beas. Para conducir, elevar y distribuir el agua por el cerro se erigieron otros ingenios hidráulicos, como conducciones subterráneas, pozos, norias, albercas, sifones, etc. Muestra de ello son los restos conservados en el yacimiento arqueológico de la Alberca Rota y los Pozos Altos del Cerro del Sol y el Albercón del Negro, cerca del actual cementerio granadino.
Otra gran propiedad vinculada al poder real estuvo establecida en la ladera meridional del cerro del Sol, en el valle del Genil, cerca de la localidad de Cenes de la Vega. Conocida en época nazarí como Dār al-Wādī o Casa del Río, tras la conquista castellana acabó por ser referida como Casa de las Gallinas. Se abasteció de acequias del río Genil, la del Cadí y la Gorda.
Autores del artículo: Paula Sánchez Gómez (arqueóloga) y Manuel Pérez Asensio (arqueólogo).
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