La Alhambra o la búsqueda de la belleza
Recrear la belleza del mundo ha sido una tarea incesante que se plasma en la Historia del Arte. Para lograrlo, han sido necesarios múltiples análisis, hechos en contextos muy diversos y variados, que han dado lugar a modelos teóricos que han permitido reflejarla en casos singulares. La búsqueda de la belleza ha sido una constante en todas las culturas aparecidas en nuestro mundo. Es posible que esto se deba al hecho de que el ser humano ha sido siempre consciente de que nada feo ha sobrevivido largo tiempo, o quizá porque hemos aprendido que la belleza no es una característica permanente en quien la posee, tal vez porque, al ser una sensación, un concepto, una percepción, nuestro subconsciente nos incita a que no se escape, a que quede inmortalizada de algún modo y que no se pierda, de forma que podamos recrearnos continuamente en ella.
La Alhambra se manifiesta ante nuestra mirada flotando entre una exultante belleza. En buena medida, deviene de la geometría materializada en su arquitectura mediante formas muy sencillas, perfectamente ordenadas y magníficamente armonizadas con significados culturales que forman parte del imaginario colectivo.
El uso de volúmenes como los que en 3D exhiben sus qubbas, reales o no, cuya estructura básica son el cubo yuxtapuesto a una armadura de madera o a una bóveda de mocárabes, posiblemente, también alguna de cristal, presentan la transición entre lo terrenal y lo divino.
En 2D, la decoración de zócalos y paramentos verticales incide en la representación simbólica. ¿Cuáles son los significados de estos revestimientos cerámicos que tantas miradas atraen?
Los mosaicos de alicatados (Foto 1 y Figura 2) que en ellos se exhiben están basados en la reproducción de una forma básica, muy sencilla y asimétrica, llamada tesela básica (Figura 6), que se extiende por el plano utilizando el orden derivado de la aplicación de transformaciones de simetría que actúan sobre ella (figuras 6 y 7). Las piezas están elaboradas en cerámica vidriada, casi especular, que muestra un rico y abundante colorido. ¿A qué obedecen?, ¿cuál es el mensaje que, de forma machacona e incesante, lanzan a quienes están a su alrededor?
El Corán (2:163) dice: «Vuestro dios es un Dios Único, no hay dios sino Él, el Misericordioso, el Compasivo.», también, en (42:11), puede leerse: «El Originador de los cielos y de la tierra, os ha dado, de vosotros mismos, esposas y ha hecho a los animales de rebaño también en parejas, así es como os multiplica. No hay nada como Él; Él es el que oye y el que ve.» y, por último, en (24:35): «Dios es la luz de los cielos y la tierra. Su luz es como una hornacina en la que hay una lámpara; la lámpara está dentro de un vidrio y el vidrio es como un astro radiante. Se enciende gracias a un árbol bendito, un olivo que no es ni oriental ni occidental, cuyo aceite casi alumbra sin que lo toque el fuego. Luz sobre luz. Dios guía hacia Su luz a quien quiere. Dios llama la atención de los hombres con ejemplos y Dios conoce todas las cosas». Decir que “No hay nada como Él” ha hecho que en la tradición coránica se prohíba la representación de Dios recurriendo en la decoración de edificios religiosos, así como en los que forman parte de la arquitectura del poder, como es el caso de la Alhambra, a desarrollar la estrategia de mostrar un concepto, la Unidad entre la multiplicidad (figuras 3 a 7), en paños decorativos llenos de color porque su manifestación exige la presencia de la luz, de Dios que “es la Luz”, que brilla en estos espejos cerámicos como fuego sin llama.
Esta rica decoración cerámica alcanza su cenit en la decoración hispanomusulmana en los encintados de alicatados (Foto 2) del Salón del Trono del Palacio de Comares, en el alcázar del sultán, en la Alhambra. Exhibiendo un colorido exultante, de forma abstracta, evocan paseos por sus cintas, entre sinos y zafates, candiles y almendrillas, alrededor del Trono de Dios, el sino central, por cada uno de los siete cielos; quizá también traigan a la memoria de quienes son
creyentes musulmanes en la peregrinación a La Meca (Hajj), cuarto de los cinco pilares islámicos, mostrando los, al menos, preceptivos siete giros rituales alrededor de la Kaaba (Figura 8).
No cabe mayor creatividad a la hora de interpretar la cultura nazarí y establecer símbolos con significado colectivo para manifestarla.
Autor del artículo: Rafael Pérez Gómez. E.T.S. de Arquitectura de la Universidad de Granada.