El Jarrón Fortuny-Simonetti
El pintor Mariano Fortuny vivió en Granada durante poco más de dos años, entre julio de 1870 y septiembre de 1872. Se alojó con su familia primero en la Fonda de Siete Suelos, situada junto a las murallas de la Alhambra, cerca de la puerta de donde tomó el nombre (allí nacería en mayo de 1871 su hijo Mariano Fortuny Madrazo, bautizado unos días después en la iglesia de Santa María de la Alhambra), para más tarde alquilar una casa con jardín en el número 1 del Realejo Bajo. Para entonces Fortuny, libre de preocupaciones económicas pues sus cuadros alcanzaban cotizaciones elevadas para la época, podía permitirse el lujo de pintar “como me dé la santísima gana”, según él mismo escribió al barón Davillier, experto coleccionista de arte que compartió con el pintor su pasión por las antigüedades. La muerte de su criado Spiner, al cuidado de su estudio romano, y la necesidad de terminar algunos encargos, le obligan a regresar a Roma en octubre de 1872. Su intención es la de regresar pronto a Granada: “prefiero vivir en Andalucía, donde la vida es tan agradable”, había escrito a su amigo, el coleccionista H. Stewart desde Roma en diciembre de 1872. Sin embargo, tras una breve estancia en Nápoles, en noviembre de 1874 caerá enfermo, muriendo el día 21 cuando sólo contaba 36 años de edad. Durante su estancia granadina Fortuny trabajó en la Alhambra, a la que tenía acceso directo por la Puerta de los Siete Suelos, donde Rafael Contreras le habilitó una habitación para poder depositar el material pictórico, puesto que pintaba al aire libre. Más tarde, el pintor buscó una casa para instalar su taller, decidiéndose por una vivienda ubicada en el Campo de los Mártires, algo alejada y solitaria pero desde la que se divisaba una magnífica vista sobre la Vega. Sobre este estudio escribió su amigo Martín Rico: “de día íbamos a trabajar cada uno por su lado y por la noche íbamos al estudio que tenía Mariano en los Mártires y lo hacíamos en la forma siguiente: el modelo con una linterna, detrás Ricardo con una espada desenvainada, Mariano con otra y yo con un pistolón cargado…” En Granada Fortuny recuperará el placer de la pintura y a la ciudad de la Alhambra vendrán sus amigos, de manera que su estudio granadino se convierte en una academia de artistas y la ciudad en la meca del arte. En julio de 1872 estaban reunidos junto a él: Ricardo y Raimundo de Madrazo, Attilio Simonetti, Tomás Moragas, Wssel de Guimbarda, José Tapiró y Sabino Barnabé (carta de Ricardo de Madrazo a su padre: “ya sabrás por Cecilia que esto se ha vuelto una Academia. Aquí en esta casa hay siete pintores”). No solo fueron estos los pintores que rodeaban a Fortuny sino que las visitas de otros artistas eran continuas y durante su estancia le visitaron en Granada, entre otros, Joaquín Agrasot, José Villegas, Bernardo Ferrándiz, José Cañaveral, Leoncio Talavera, José Serra, Martín Rico con su esposa (alojados también en la fonda Siete Suelos), Clairin, el escultor Manuel Obrén, Tomás Martín Rebollo, Francisco Sans Cabot, Francisco Lameyer, el marchante Adolphe Goupil, el fotógrafo Laurent, el arquitecto Elías Rogent (yerno del que fuera su maestro, Claudio Lorenzale), el pintor americano Murphy, el acuarelista Varela, el coleccionista y crítico de arte barón Charles Davillier, el pintor alemán Adolf Seel, etc. Fortuny había mostrado también a lo largo de su corta vida una gran pasión por el coleccionismo, en particular de objetos y piezas hispanomusulmanas, entre las que ocupó lugar destacado sus tres jarrones tipo Alhambra. Esta pasión, iniciada con anterioridad a su estancia en Granada, se consolidó de forma más intensa durante los dos años de permanencia en la capital andaluza, debido sobre todo a la existencia de un importante mercado de antigüedades. Fue en el Albaicín, cuyas calles y patios recorría buscando piezas para su colección, donde localizó y adquirió algunas de las piezas más importantes como el llamado “Vaso del Albaicín”, que compró a un tabernero por 2.000 ₧, o el azulejo del Instituto Valencia de Don Juan. Todas estas piezas serían subastadas en París tras la muerte del artista, entre ellas el jarrón del Museo de la Alhambra, adquirido por su discípulo y amigo el pintor Attilio Simonetti y más tarde comprado a los herederos de este último por el Estado español. El jarrón, uno de los que se conocen como de “loza de reflejo metálico”, ha perdido prácticamente toda su decoración –sólo le queda algo en las asas, fracturadas, y sobre todo en el gollete-, fruto de un uso inadecuado y exposición a la intemperie.