El Jarrón de Antequera
En sus orígenes, los jarrones tipo Alhambra, de época nazarí, fueron una continuación de las grandes tinajas almohades. Aunque no será hasta mediados del siglo XIII que la técnica se desarrolle con toda su amplitud en el recién nacido reino nazarí de Granada.
Jarrones tipo Alhambra
Estos jarrones presentan dos versiones: decorados en dorado o combinando el dorado con el azul de cobalto. En uno y otro caso el vedrío de fondo es estannífero.
Se conservan once jarrones casi completos: en el Museo de la Alhambra, el jarrón de las Gacelas, el de Fortuny-Simonetti y el de Antequera; en el Museo Arqueológico de Madrid, el jarrón de Hornos y el de la Cartuja de Jerez; en el Instituto Valencia de Don Juan, uno de los de Palermo; en el Museo del Hermitage de San Petersburgo, el jarrón del Salar; en el Museo Nacional de Estocolmo, el procedente de Chipre; en el Museo de Arte Islámico de Berlín, el encontrado en Portillo (Valladolid); en la Galería Regional de Sicilia, otro de los de Palermo; y finalmente, en la Free Gallery de Washington D. C., el vaso del Albaicín.
Respecto a su fecha de fabricación, la opinión mayoritaria es que los jarrones decorados en dorado son anteriores a los decorados en dorado y azul: fines del siglo XIII y primera mitad del XIV, los primeros, y segunda mitad del siglo XIV y siglo XV, los segundos.
Los centros productores se ha considerado que estuvieron situados en las tres grandes capitales del emirato nazarí: Granada, Málaga y Almería.
Una vez torneado el jarrón se procedía a una primera cochura: el bizcochado. A continuación se aplicaba una capa de óxido de estaño fundido con plomo; una vez seco, encima se aplica el azul de cobalto y se vuelve a cocer por segunda vez. En una tercera y última cocción se aplica el dorado, que se obtiene mediante una mezcla, triturada y diluida en vinagre, compuesta por sulfuros de cobre y de plata, almagra y cinabrio.
Respecto a la decoración, uno de los temas más repetidos es el del “hom” o árbol de la vida, que puede presentarse aislado o con dos animales afrontados a un lado y otro. Otro tema decorativo es la llamada mano de Fátima o jamsa, “cinco”, aludiendo a los cinco dedos de la mano.
Por lo que hace a la funcionalidad de los jarrones de la Alhambra, la mayoría de los autores los han considerado como piezas decorativas y no funcionales, fabricados para una clase pudiente o por encargo de los sultanes granadinos como intercambio o presente diplomático con otros gobernantes.
Jarrón de Antequera, del Museo de la Alhambra
Procedente de Antequera, formó parte de la primera colección del Museo Arqueológico de Granada, formado por donaciones de la Comisión Provincial de Monumentos.
Tras la habilitación por la Comisión de Monumentos de una sala arqueológica en el convento de Santa Cruz la Real a comienzos del año 1872, el jarrón de Antequera fue restaurado allí por don Manuel Gómez-Moreno; por el jarrón se interesó el pintor Mariano Fortuny, según una tarjeta de visita que éste le había enviado a Gómez-Moreno, en la que le decía: “Mil gracias por los libros ¿están todos? Su amigo Mariano Fortuny / tengo deseos de ver el jarrón q. está V. restaurando”.
Tras la creación en 1962 del Museo Nacional de Arte Hispanomusulmán, constituido por los fondos del Museo de la Alhambra y los existentes de época musulmana en el Museo Arqueológico Provincial, muchas de estas piezas quedaron en depósito en el Arqueológico, como fue el caso del jarrón de Antequera, hasta que en julio de 2017 ingresó en el Museo de la Alhambra.
Del jarrón sólo se conserva el cuerpo, faltándole el gollete y las asas, de las que sólo queda el arranque. El profesor Fernández-Puertas lo fecha a comienzos del siglo XV, en época de Yūsuf III, basándose en que la decoración dorada de su cuerpo enlaza con la del azulejo de la misma época que perteneció al pintor Mariano Fortuny, en la actualidad en el Instituto Valencia de Don Juan de Madrid.
El jarrón de Antequera presenta graves defectos de cocción y grietas, grapadas éstas últimas en época nazarí con grandes grapas de hierro, lo que unido a su casi nula decoración probablemente dificultó su comercialización y se dejó como desecho de testar. De ahí que posteriormente fuera utilizado como contenedor de aceite, lo que se aprecia por los posos hallados en su interior y por el fuerte olor que lo impregna.
Autor del artículo: Clemente Franco Rubio