Aproximación a la historia de los judíos en el Reino de Granada
En el mes de junio de 1492 partieron de Almuñécar, expulsados por los Reyes Católicos, 1485 judíos granadinos que dejaron bienes y deudas sin cobrar y que fueron posteriormente recaudadas por la Corona. Este contingente y las peculiaridades de otros embarques similares han quedado documentados y rigurosamente descritos e interpretados por el historiador Miguel Ángel Ladero Quesada.
A partir de ese momento, en Granada no quedaría ni rastro de la presencia hebrea en Granada. Con el limitado tiempo que nos permitirá esta intervención, queremos recuperar para la Memoria los aspectos fundamentales que caracterizaron esa presencia, a veces brillante, a veces trágica, pero siempre enriquecedora para nuestra cultura y nuestra identidad.
Son muchas las ciudades españolas y andaluzas que guardan vestigios de la presencia de los judíos a través de su historia: Gerona, Toledo, Lucena, Sevilla, Utrera, Jaén o Córdoba han conservado testimonios históricos urbanos, arqueológicos o documentales relativos a la presencia de estas comunidades hebreas. Por el contrario, en la ciudad de Granada resulta imposible encontrar algún rastro de su antigua aljama, tan importante en la época medieval. Cabe preguntarse por qué hoy no queda ningún vestigio e incluso por qué en la actualidad apenas se aborda el tema de esta presencia histórica, solo reservada a eruditos y especialistas.
A lo largo de esta comunicación trataremos de analizar cuáles fueron los momentos más brillantes de esa presencia en Granada, quiénes fueron sus personajes más relevantes y cuál fue su aportación en los ámbitos de la política, la medicina, la poesía, la traducción o la economía.
De aquel núcleo primitivo de Garnata al-Yahud que se fue paulatinamente ampliando, no ha quedado ningún vestigio material. Ni siquiera la toponimia testimonia hoy lo que fue en Granada una presencia relevante. Cabe preguntarse por las causas de este olvido que afecta incluso a la erradicación de las huellas materiales que en muchas otras ciudades se han mantenido. En la medida de lo posible, trataremos de dar respuesta a alguno de los interrogantes que este hecho diferencial nos plantea.
Sobre la presencia de la comunidad judía en Granada tenemos noticias documentadas correspondientes a la celebración del Concilio de Elvira que ya a comienzos del siglo IV recogía en varios de sus cánones, alusiones directas referidas al trato de los cristianos con los judíos. También en las homilías del obispo Gregorio Bético de esta época se testimonia esa presencia.
Pero es a partir de la conquista musulmana cuando su protagonismo se hizo más patente localizándose el primer asentamiento hebreo entre la zona del Mauror (Hisn Maurur) y el Campo del Príncipe (Albunest). Todos los historiadores coinciden en situar la época de esplendor de la presencia hebrea en Granada durante la época de los ziríes (s.XI) cuya administración y gobierno, en tiempos del rey Badis (1038-1073) fue encomendada a esa comunidad dado su alto nivel cultural y capacidad de gestión. En este aspecto destacó como figura central el jefe de la comunidad judía (nagid) Ibn Nagrela (993-1056) ya que de sus decisiones como primer ministro y de su obra poética existe abundante documentación y de ello se hacen eco, además, las famosas Memorias de Abd Allah, (1056-1090) último rey zirí de Granada.
La decadencia de la comunidad judía en Granada comenzaría a partir del progrom o persecución sangrienta de 30 de diciembre de 1066 que la población musulmana granadina protagonizó contra dicha comunidad. A partir de ese momento el descenso demográfico fue progresivo y, aunque las cosas no volvieron a ser como antes, la presencia hebrea en Granada pervivió a pesar de los tristes años de intolerancia almorávide y almohade que obligó a huir a los estamentos más cultos como fue el caso del traductor judío, lingüista, médico, filósofo y poeta, Yehudah ibn Tibbón, (Granada, 1120- Lunel, sur de Francia, 1190).
Con la fundación del reino nazarí, Granada se convierte en tierra de acogida para los judíos que huían de las persecuciones o la intolerancia que hacia ellos y los conversos se practicaba en Castilla. Así, a partir de las matanzas que se produjeron en las juderías Sevilla, Córdoba y Jaén en 1391, Granada experimentó la llegada de una diáspora de calidad. Se trataba pues de una élite que llegó a tener un importante protagonismo económico y cultural capaz de impulsar un nuevo renacimiento cultural durante el periodo nazari. Se trataba de familias dedicadas al comercio, la artesanía, la medicina, la traducción o la intermediación con los comerciantes genoveses. Con el avance de la conquista cristiana el ambiente antijudío se fue radicalizando, así como la desconfianza hacia todo tipo de conversos, lo que dio lugar a un progresivo flujo migratorio a partir de 1482 ya que muchas familias judías se trasladaron al norte de África en busca de condiciones de vida más seguras.
Finalmente, y a pesar de las diversas formas de colaboración que los judíos prestaron a la reina Isabel de Castilla y al rey Fernando de Aragón, e incluso de la protección que otorgaban las Capitulaciones, el 31 de marzo de 1492, los monarcas, bajo la poderosa influencia del inquisidor general Tomás de Torquemada, decretaron en la Alhambra su expulsión de ambos reinos sin esperanzas de retorno.
Como ya hemos expresado, la ausencia de vestigios hebreos en la ciudad de Granada pudiera hacer pensar que la presencia de este pueblo nunca tuvo lugar en ella. Tal ha sido el empeño que se ha puesto en la destrucción de su memoria. Sin embargo, para los judíos de Sefarad, Granada fue siempre una tierra de promisión que sigue siendo referida, recordada y admirada como un lugar de pasado glorioso donde floreció la sabiduría y la belleza.
Autor del artículo: Manuel Zafra Jiménez.